He de admitir que siempre pertenecí -y pertenezco- a ese prototipo de alumno al que cualquier profesor detesta. Mi rendimiento escolar nunca fue el máximo e incluso, en algunas ocasiones, eso me ha llevado al infierno de los estudiantes como es la repetición de curso por ni siquiera llegar a los mínimos. Tal castigo era tan merecido como doloroso para mí porque, lejos de nadar para llegar a la orilla, prefería dejar mi suerte a que una corriente me arrastrase hasta la playa más cercana.

No ha sido hasta mi llegada a la Universidad, en un contexto algo más interesante que el bachillerato, cuando la bombilla ha hecho click y he comenzado a mirar con ilusión al futuro en vez de con pereza al presente. Continúo siendo ese estudiante de mínimos pero sin querer asumir unos riesgos que no necesito. A simple vista parece conformista, pero mi propio ser y el tiempo me conducen a realizar diferentes tareas que me ayuden más que dos puntos más en la media de la carrera.

Jugadores determinantes para el títuo francés. Antoine Griezmann, Paul Pogba y Kylian Mbappé celebran el Mundial obtenido por la selección de Francia.
Antoine Griezmann, Paul Pogba y Kylian Mbappé celebrando el Mundial
obtenido por Francia.
 Fuente: Kai Pfaffenbach/Reuters.

La Francia de Deschamps

Sensaciones semejantes me transmite la Francia de Deschamps con su puesta en escena y el coste de oportunidad de innovar para los degustadores del fútbol asociativo. Francia es ese reflejo del estudiante con potencial que no necesita redactar perfecto para sacar la mejor nota de la clase. Es ese alumno que transmite rabia y que se encuentra más cerca de sus perseguidores de lo que debería. Su forma de llevar el curso no es la más idónea, acorde a lo que querrían sus profesores o padres, pero sí la más óptima para que nada termine desordenándose y alcanzar las metas propuestas. 

A día de hoy no debería costar demasiado etiquetar a Francia como una de las máximas favoritas para ganar la Eurocopa. Tras alcanzar la final en 2016 y culminar en Rusia, Didier Deschamps ha sido fiel a su filosofía en esta edición de la Eurocopa, donde cuenta prácticamente con la misma materia prima. La única diferencia palpable es la salida de un optimizador como Giroud para que entre otra estrella como Benzema -y unos cuantos años más de experiencia-.

Muchos son los detractores de Francia por la vistosidad de su juego. Un juego que, a la vez, es la mejor fórmula para exprimir el jugo de las piezas con las que cuenta. Sin necesitar esteticidad en el centro del campo, Deschamps consigue establecer unos moldes flexibles sobre los que futbolistas tan diferentes consiguen llevar a cabo su obra, de forma individual, para convertirla en un espectáculo que rebasa fronteras.

Es, precisamente, este resultado final el que no convence a los amantes del fútbol de salón. Tampoco Deschamps debe pasar por la nota de un jurado si quiere avanzar rondas, pero sí que carga con el peso de que los buenos deben jugar bonito -o eso dice la lógica- que no parece tener similitudes con jugar bien.

La Francia de Deschamps no necesita adornos para realizar un gran fútbol. Su belleza no reside en un dominio del juego desde la posesión, más bien es la idoneidad del contexto la que nos permite degustar de forma efímera las carreras de Mbappé, los pases de Paul Pogba o los despliegues de Kanté. Francia es sinónimo de fútbol de destellos, el cual tiene un menor tiempo de degustación que el juego de posición o las presiones altas, pero cuya imprevisibilidad te acelera el corazón a través de las individualidades de sus futbolistas. 

Esta Francia es catalogada como una máquina. La selección de Deschamps vive en el constante tópico de jugadores físicos y poco técnicos a raíz del tono de piel de algunos de sus futbolistas. Nada más lejos de la realidad cuando los balones de Paul Pogba o la técnica defensiva de unos centrales que rara vez van al suelo son marca de la casa. De hecho, exceptuando a Kevin De Bruyne, pocos jugadores tienen la capacidad de lanzar a sus flechas como lo hace el jugador del Manchester United.

La concepción de equipos, jugadores o partidos -como en la sociedad- se realiza desde el tópico y el impacto visual a primera vista independientemente del contexto, lugar de desarrollo o naturaleza de su fútbol. Resulta complicado que Francia se desvista de clichés, aunque realmente tampoco lo necesita para sobreponerse a contextos adversos porque la vida en la Eurocopa estaba en un pase al espacio de Paul Pogba. 

Como contrapunto, jugar todas tus cartas a las individualidades no es una apuesta segura. El motor de dichas individualidades es la inspiración. Los peores días del futbolista son los peores días del equipo. Deschamps cambió por circunstancias adversas el sistema y todo se desmoronó como un castillo de naipes. Bastó con exigir improvisación y cintura a Francia para que el juego de los bleus se cortocircuitara. En el juego de vida o muerte no existen grises. Todos los partidos de la Eurocopa tienen que ser tus mejores encuentros.

Paradójicamente ante el fracaso de Francia sale reforzado el libreto de Deschamps. Los sutiles cambios que introdujo desarbolaron al equipo y potenciaron la idea del inmovilismo del seleccionador francés. La filosofía del »si funciona no lo toques» se vio testada ante la primera modificación en un once de Deschamps. Parafraseándome a mí mismo, la vida en la Eurocopa estaba en un pase de Paul Pogba. Y nada más.


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