El 4 de mayo de 1949 se estrelló un avión modelo Fiat G.212 en la Basílica de Superga. La historia no acaba aquí, ya que en dicho avión se encontraba la plantilla del Torino FC al completo, que volvía a casa después de un partido amistoso, que los enfrento al Benfica. Diversos medios de comunicación se hicieron eco de la noticia y, tras varias investigaciones, se llegó a la conclusión que el piloto no pudo apreciar las colinas a causa de la densa niebla y el mal ambiente que había durante el vuelo.
Los jugadores del Torino no fueron las únicas víctimas de aquel horrible accidente. A esta lista hay que sumarle los diversos pasajeros, periodistas, directivos del club y tripulantes que había en el avión. Aquella inefable tragedia dejó un total de 31 fallecidos, 18 de los cuales eran jugadores del Torino. Solo quedaron tres futbolistas. El Torino finalizó los cuatro partidos que quedaban de Serie A jugando los encuentros con el equipo juvenil, al igual que los equipos a los que se enfrentaba, y logró proclamarse campeón pese a que no hubo celebración.
Desde aquel fatídico suceso, el Torino tuvo que empezar de cero hasta que el dichoso destino otorgo a la afición granata una nueva estrella a la que aferrarse.

Accidente de avión en la Basílica de Superga. Fuente: A la contra
Gigi Meroni
El año en que sucedió la Tragedia de Superga, Gigi Meroni tenía siete años y residía en Como, una ciudad situada en la zona de Lombardía. El joven Gigi se crio sin figura paterna y con una madre con graves problemas económicos. Fue el menor de tres hermanos, cosa que le ayudó a valerse por sí mismo a una temprana edad y aprender rápidamente a realizar las labores del hogar. Ya de muy joven empezó a destacar en ese ámbito. Diseñaba y confeccionaba corbatas muy artísticas.
Por lo que respecta al balompié, el joven muchacho inició sus primeros toques al balón en el campo parroquial del Oratorio de San Bartolomé. Su madre, Rosa, una de las personas más influyentes de su carrera, evitó que fichase por el Inter de Milán. Gracias a esta decisión, Gigi pudo curtirse en las filas del Como a cambio de una asignación económica para la familia. En este mismo club, Meroni debutó en la Serie B y después de diversos años, acabó fichando por el Genova. En este último, disputó dos campañas, pero gracias a una suculenta oferta de 300 millones de Liras que ni él ni el Genova podían rechazar, fichó por el Torino.
Nereo Rocco, mítico entrenador del Calcio, inició la reconstrucción de los granata después de aquel fichaje. En aquel legendario Torino, Gigi pudo demostrar que era un jugador superlativo, ya que disponía de unas condiciones abrumadoras con el balón en los pies. Unas condiciones que le sirvieron para ser uno de los mejores extremos de Europa en los años sesenta.
Aún y ser un jugador increíblemente dotado futbolísticamente hablando, su leyenda se fraguó gracias a una conexión profunda con los ciudadanos turineses.

Mural situado en la ciudad de Torino en honor a Gigi Meroni.
Fuente: Toro News
Gigi Meroni era un jugador con una personalidad muy pintoresca para lo que era la costumbre de la época: no se cortaba el pelo (estuvo a punto de quedarse fuera del Mundial del 66’ por esta decisión), se dejaba patillas largas, escuchaba los Beatles, tenía una gallina como mascota a la cual paseaba con una correa atada al cuello por las calles de Turín y, durante las concentraciones antes del partido, se escapaba para ver a su amada Cristina que, en aquel momento, estaba emparejada con un conocido artista del mundo del séptimo arte. Meroni era un artista dentro y fuera de los terrenos de juego.
“Meroni es el Toro, no puede marcharse”. Esta fue la frase que diversos directivos del Torino verbalizaron durante diversas conversaciones con gestores de la Juventus, cuando los bianconeri se interesaron por el excelso Gigi, durante el verano de 1967. En dichas conversaciones se llegaron a poner sobre la mesa cifras rondando los 500 millones de Liras. Muchos aficionados coincidían en que era demasiado doloroso ver a su emblema vistiendo la camiseta del eterno rival, pero más doloroso fue verlo por última vez sobre los terrenos de juego. Una trágica tarde de octubre de aquel mismo año, el Torino se media a la Sampdoria y conseguía una contundente victoria por 4-2. Pero Meroni era un genio que no conocía techo.
Después de aquel partido, Fabrizio Poletti y él se saltaron la concentración para tomar un helado y llamar a su pareja, Cristina. En la vía Corso Re Umberto, una calle cercana al Estadio olímpico de Torino, un Fiat 124 Coupé se cruzó en su camino. Poletti consiguió esquivar el automóvil, pero, fatídicamente, Gigi no pudo. Aquel coche estaba conducido por Attilio Romero, fanático del club italiano y seguidor del futbolista al que acababa de arroyar con su “cuatro ruedas”.

Epitafio inscrito en la tumba de Gigi Meroni.
Fuente: Prima Torino
La historia del Torino es extraña, porque en todos sus relatos parece haber una interconexión de fondo. Así, Attilio Romero, el aficionado que atropelló a Meroni, se convirtió años después en presidente del Torino. Y aún hay más: el piloto del avión que se estrelló en Superga se llamaba Gigi Meroni, como la farfalla granata.
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