Reflexionar tras cicatrizar. Las secuelas de la Eurocopa 2020, poco a poco, se van estabilizando con el paso del tiempo. Unas selecciones aplauden el trabajo de sus guerreros mientras que en otras surgen dudas y cuestionan el rendimiento mostrado en base a las capacidades militares de su ejército. Sorprendentemente, lo que parecía todo un aliciente para la ilusión de Inglaterra, como fue llegar a la final de la Eurocopa, se terminó desvaneciendo con el penalti fallado por Bukayo Saka. 

La euforia inglesa previa al pitido inicial de Wembley simbolizaba la unión entre las decepciones del pasado con las ilusiones del presente. El 11 de Julio de 2021 representaba una posibilidad de fragmentar el agónico pasado de la selección mediante una generación de futbolistas hechos de otra pasta. Inglaterra era postulada como una de las favoritas al título, por los nombres que mostraba y las posibilidades tácticas que la plantilla ofrecía a Southgate. 

Las semifinales del Mundial de Rusia fueron la carta de presentación de una pragmática Inglaterra. Dicha forma de jugar había sido efectiva para cohesionar un grupo, estrechar lazos y generar confianza en un bloque de jugadores que necesitaba resultados para crecer y creer. En Rusia se logró aquello. Tocaba dar un paso más para seguir derrumbando puertas.

Las circunstancias eran las idóneas en esta Eurocopa. Un año de retraso del torneo significaba un año más de maduración de sus futbolistas y, por lo tanto, acercarse un poco más a lo que proyectan. Era la oportunidad ideal para improvisar, caer y construir tal y como lo ha hecho España. Ahí Inglaterra tiene un espejo sobre el que verse. 

Los equipos pragmáticos son más eficaces porque sus futbolistas asumen menos riesgos de los que pueden. Es por esto mismo que el talento inglés no ha brillado. La línea ha sido continuista a la del Mundial porque había funcionado. El inmovilismo de Southgate ha vuelto a dar sus frutos, es innegable, pero también se ha dado un cabezazo con un techo de cristal ante una Italia que fomenta su juego en la proposición y control de los tiempos del partido. Algo que a Inglaterra le queda muy lejos y a lo que jamás aspirará de seguir en la línea de la protección colectiva en lugar del riesgo para que el talento florezca. 

El potencial de la plantilla de Inglaterra está ahí. Las individualidades, la calidad técnica y el talento es muy superior al de anteriores combinados. La próxima meta de Southgate es emplear una renovación táctica que permita construir un sistema acorde a las cualidades de cada uno de sus futbolistas. Emplear todos tus recursos al completo es casi imposible, pero de ahí a prescindir de un potencial balón de oro como Jadon Sancho y dejarlo observando el partido más cerca de la afición que del césped no es, precisamente, ser eficiente.

Hasta ahora hemos observado selecciones como España que construyen mucho con poco o Francia que, desde la eficacia absoluta y el talento acomodado, se permite vivir en una urbanización llena de lujos y adornos que hacen de los galos un espectáculo técnico increíble pese a la decepción en esta última entrega. 

La Eurocopa de Inglaterra ha sido una espiral que les ha conducido hasta el mismo punto. El exceso de euforia, impulsada por el resultadismo, ha sembrado dudas acerca de la capacidad de Southgate para elevar el techo de Inglaterra.

El seleccionador inglés, hasta esta Eurocopa, había hecho un primer trabajo excelso. Consiguió sembrar en Rusia y parecía florecer en Wembley, pero quizá los cultivos de Southgate necesiten a partir de ahora otro tipo de cuidados más especiales y delicados si quiere recoger frutos en Qatar 2022. Ahí está la prueba de fuego para un seleccionador en el que se confía más en las islas que fuera de estas. Una última bala para que él mismo haga justicia al trabajo de fe que viene realizando.

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