El inglés Mason Mount ha cautivado los corazones de los aficionados del Chelsea con un liderazgo de película en tiempos complicados para los «blues».
El darwinismo es aplicable a un fútbol que muta en sentido circular. Como todo en la vida, los cambios en las demandas de los clubes profesionales son inherentes al paso del tiempo. La adaptabilidad de los futbolistas a los nuevos contextos provocan el surgimiento de futbolistas totales en detrimento del especialista. La globalización del fútbol acorrala en una esquina, hasta la desaparición, a los estereotipos como el delantero inglés espigado o el leñero defensa italiano. También propicia el surgimiento de un nuevo paradigma en el que los porteros deben saber lanzar el balón al pie de un compañero a 30 metros o que los enganches deben reconvertirse en interiores para su propia supervivencia.
Mason Mount es hijo de este nuevo paradigma. El Mount del presente es fruto del esmero y cocción a fuego lento que Lampard realizó en el Derby County y en su «baby» Chelsea, del qual aún quedan cenizas producto del incendio que ha provocado Thomas Tuchel en el que ha abrasado todo lo que existía alrededor de la figura de Mason Mount. El joven inglés queda como único estandarte en pie del ya difunto Chelsea de Frank Lampard. Mason Mount es el líder futbolístico y emocional tan esperado como necesitado en el puente de Londres.
Las dudas suscitadas con la figura de Mason a la hora de elevarle al nivel de otros jóvenes ingleses como Jadon Sancho o Phil Foden, son acordes a su estética. El inglés no es un especialista en dejar rivales atrás como Raheem Sterling, ni tiene la belleza futbolística de Jack Grealish, lo cual invita a dudar de su calidad. Mount es futbolista de entrenadores, no de espectadores. Las delicias de su fútbol han dado pie a la elevación de un escalón del Chelsea en el fútbol europeo. Un salto que no han dado estrellas que reciben una mayor apreciación del aficionado como es el caso de un Timo Werner aún desubicado.
La mayor virtud de Mount radica en su cabeza. El cerebro del todocampista del Chelsea es más rápido que sus piernas, y por tanto, exprime desde sus movimientos todo el jugo que tiene. Los movimientos entre líneas para batir las líneas de presión del rival y la capacidad para girarse son demandas del Chelsea que, ya sea desde la mediapunta, el interior derecho, el interior izquierdo o de falso nueve, Mount cubre con creces.

Primer partido de Mason Mount como capitán del Chelsea a sus 22 años. Fuente: SomosInvictos
El crecimiento futbolístico del nacido en Portsmouth sigue otra línea dispar a la del Chelsea. Mientras los «blues» aumentan su suelo competitivo de la mano de Thomas Tuchel, Mason Mount rompe su techo personal y otorga espacio de crecimiento al equipo londinense. Una línea paralela que corre a distintas velocidades, pero que enriquece mutuamente a ambos beneficiarios.
Mount es una anomalía. Un atacante poco estético que genera ventajas en el último tercio del campo sin la armonía de los futbolistas de los 2000, pero con la certeza de acercar al Chelsea al gol en cada toque que realiza. La belleza en el fútbol no hace que el equipo coma a final de mes, pero sí una eficacia y una correcta lectura de las preguntas que plantea cada entrenador rival con su libreto.
Mason Mount tiene un escáner en la cabeza que permite detectar las grietas del planteamiento rival y, por tanto, intuir una ventaja donde otros ven la nada. Una serie de características que, sumadas a su liderazgo emocional y narrativa perteneciendo a la casa, explican el fenómeno Mount de los últimos meses.
El joven Mount tiene una oportunidad que no se vive en Stamford Bridge cada día. La eliminatoria de Champions ante el Real Madrid, con todos los focos mediáticos alumbrando, es otro tren más para aumentar su estatus como jugador y presentarse al mundo como lo que es: un líder para presente y futuro.
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