Existe un fútbol distinto, un fútbol capaz de cambiar todo lo que toca. Un fútbol capaz de transformar a un hombre que corre en un bailarín, en un pintor inspirado, en un arquitecto, en un poeta. Un fútbol capaz de transformar a un chico de Rosario en un genio mundial, a un grito en un Fa sostenido, a un campeón en un campeón. Un fútbol capaz de convertir una jugada de tiralíneas en un diálogo maravilloso. A tus amigos transformarlos en hermanos, a miles de desconocidos en familia. Un fútbol que ha transformado los martes en un día que tiene sentido. Un fútbol capaz de transformar simples mortales en dioses.

Mítico gol de Johan Cruyff contra el Atlético de Madrid
temporada 73/74
.Hoy en día el fútbol es única y exclusivamente una alegoría al negocio; un negocio que mueve millones y millones de euros. Esta afirmación tiene sus partes positivas y sus partes negativas. Centrándonos, primeramente, en las partes positivas, podemos decir que la industria del fútbol en España crea 185.000 empleos, hecho muy significativo y fructífero para la economía del país. Además, esta industria generó, en la campaña 2016-2017, 4.089 millones de euros que fueron a parar a la Hacienda pública. Después de esta macedonia de datos, la pregunta que os estaréis replanteando muchos es: – ¿Por qué odias el fútbol moderno?
Estos ingresos tan desorbitados, que genera el fútbol, son causados a base de derechos de televisión, de estadios con nombres de marcas, de precios de entrada y abonos inaccesibles para el aficionado medio. Todo este mercado financiero que envuelve el fútbol ha hecho que se pierda la esencia de este deporte. Ahora, el fútbol ya no es por y para el pueblo. Se “extinguen” los abuelos que llevan a sus nietos al estadio, los bocadillos de la media parte, los partidos del domingo a mediodía y las celebraciones en el ayuntamiento de la ciudad. Ahora todo lo que envuelve este maravilloso deporte se ha “americanizado”, se ha vuelto puro espectáculo.
«Todo este mercado financiero que envuelve el fútbol ha hecho que se pierda la esencia de este deporte. Ahora, el fútbol ya no es por y para el pueblo»
En el fútbol, según mi punto de vista, hay algo que es intocable, el aficionado. Los aficionados son los encargados de llenar el estadio, de alentar a sus jugadores hasta el pitido final y de tener fe en los momentos difíciles, incluso cuando sus jugadores no creen en lo imposible. El problema del fútbol moderno lo hemos creado nosotros, dándoles el poder a las grandes entidades capitalistas que mueven el mundo, para que nos usurpen nuestro amado deporte. Yo, siendo un hipócrita disidente del fútbol moderno, soy culpable de que el fútbol negocio tenga tanto éxito porque, aunque me quejo, soy el primero en no perderme un solo partido de mi equipo y en pagar las altas cuotas de televisión para poder ver los partidos en horarios intempestivo y nocturnos.
Que el aficionado sea culpable de su propia desdicha es un tema, pero que el propio club sea culpable de esta, es otro. La liga se sustenta gracias a dos únicos equipos y estos se reparten los grandes jugadores. Si para tener las principales estrellas en nuestra liga hay que ir un 12 de setiembre a las 12:00 del mediodía, con una temperatura de 30 grados, al estadio, o un domingo a las 22:00 de la noche, o a una final de Copa del Rey en otro país, para poder “expandir” la marca de la liga, prefiero quedarme en el pasado y poder disfrutar de un fútbol puro, un fútbol sin grandes ataduras contractuales y sin las grandes empresas metiendo sus narices.
El fútbol ha de ser una herramienta social, una manera de mostrar a la gente algo que es suyo, algo que está en su ADN y, además, del cual forman parte activa o pasivamente. El problema está en que actualmente, en la Liga Española, solo quedan cuatro clubes que pertenezcan al aficionado y en los cuales se consensuan de manera democrática las decisiones del club. Estos clubes son el Real Madrid, el Fútbol Club Barcelona, el Athletic de Bilbao y el Atlético Osasuna.

Materazzi apoyándose en el hombro de Rui Costa en el derbi de milan de 2005
.Mi odio eterno al fútbol moderno no es una afirmación peyorativa, es una reflexión de añoranza. Añoranza a las camisetas tres tallas más grandes, a las botas de color negro, a los pantalones subidos hasta la cintura. Añoranza a los futbolistas “carniceros”, a los defensas con dos piernas izquierdas, a los mediocampistas de contención, a los enganches con magia, a ese libero técnico y a ese entrenador sin pizarra. Añoro ese fútbol que transformó, en mi joven mente, simples mortales en dioses.
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