La presión que somete el fútbol no es tan asfixiante como la de un amigo cinéfilo. Hace unos días visualizaba por primera vez una película de Nolan. El número de veces que me han recomendado sus filmes con tono de obligación ronda las tres cifras. Interstellar (2014) fue la elegida para establecer una primera toma de contacto con el cine del director británico. Quizá deberíamos hacer más caso a los expertos y a los cuñados. Ambos se equivocan, pero también aciertan en un porcentaje similar de ocasiones. La sensibilidad del cine de Nolan choca con la ferocidad del mundo del fútbol, un terreno en el que tengo más kilómetros en los pies.

Una de las partes a subrayar en rojo es el sentido del vínculo entre Cooper y Murph. El tiempo, ese ser incorruptible, se convierte en el distorsionador de las inamovibles etapas de la vida. Para Cooper, una hora representaban siete años en La Tierra. El paralelismo con algunos futbolistas es tan sencillo como doloroso. La lucha contra el reloj termina cuando el futbolista cae de rodillas ante su inexorabilidad y cede ante los agentes descentralizados del fútbol.

Un partido de fútbol es la definición de un año en noventa minutos. El futbolista lucha para no ser absorbido por el agujero negro que representa el desgaste físico y el encadenar varias malas temporadas seguidas. Cada mal partido, cada mala racha, cada mal año, es un clavo en la memoria colectiva -que no siempre es justa- liberando las incontenibles reflexiones superficiales como “no hace justicia a su talento” o “se quedó por el camino”.

«La pelota no soporta el trato a patadas. Bien sabe ella que a muchas almas da alegría cuando se eleva con gracia, y que son muchas las almas que se estrujan cuando ella cae de mala manera»

Eduardo galeano

El talento es un arma con muchos sitios por los que disparar la bala. “La pelota no soporta el trato a patadas. Bien sabe ella que a muchas almas da alegría cuando se eleva con gracia, y que son muchas las almas que se estrujan cuando ella cae de mala manera” decía Galeano. El dulce trato al balón es un superpoder que conlleva una gran responsabilidad. La propiedad de este implica cargar con el deber de lucirlo ante el mundo. Los controles mágicos, las filigranas o las zurdas bañadas en diamante no pueden confinarse en los campos de entrenamiento. El mundo juzga con asombro y sentencia como una madre que acaba de recibir las notas de su hijo. El dictamen tiene tendencia a olvidar lo lejano para revivir el presente.

Los últimos toques ante el gran público pesan injustamente más que los recuerdos a los que accedemos exprimiendo nuestras neuronas. La nube negra de polvo de los últimos partidos impide disfrutar en nuestras memorias de lo que un día fueron un puñado de desconocidos que nos sentaban cada domingo en el sofá. Eden Hazard es la demostración personificada. La nostalgia es un lugar oscuro pero entrañable. Su belleza reside en la exclusividad de no regresar jamás para no corromper las imágenes que un artista con botas multicolor y tacos de aluminio selló a fuego en nuestras cabezas. 

Donny van de Beek, centrocampista del Manchester United, donde no cuenta con mucho tiempo de juego. Fuente: Michael Regan
Donny van de Beek, centrocampista del Manchester United. Fuente: Michael Regan

Los últimos rasguños son los que más sangran. Cuando un futbolista entra en sus años de madurez, aquellos en los que tiene que enseñar al mundo todo lo que proyectaba en los ojos de los que avalaron por él, está siendo expuesto a la impaciencia, inconsciencia y a ser definido por un sinfín de adjetivos que comienzan por in-. Un mal año es tiempo perdido. El tiempo en el fútbol se mima como lo hace Nolan. Cada año fuera del peak choca de manera fulminante con la necesidad de equiparar el rendimiento al talento y, al mismo tiempo, con dejar un dulce recuerdo que se traduzca en admiración en lugar de pesadumbre.

En la yincana están inmersos futbolistas como Coutinho, Isco, James Rodríguez, Van de Beek, Saúl o Lo Celso. La lista contrasta con sus situaciones: es eterna y cada vez son más los que entran que los que salen del agujero. La sociedad de la inmediatez colisiona contra su talento. Los partidos por jugar y las decisiones por tomar definirán el desenlace del cuento. Un partido de fútbol es la definición de un año en noventa minutos para lo malo, pero también para lo menos malo.

A veces, el fútbol te tiende la mano, te suelta una cuerda y te pregunta qué quieres y cuánto le amas. Las respuestas son tan diferentes como definitorias para sellar caminos, fijar rutas y emprender huidas hacia las antípodas de la élite o rumbo a ganarse un hueco en los partidos de leyendas retiradas. Por mucho que la sociedad juzgue y el tiempo oriente, el fútbol termina preguntando. Y el futbolista decidiendo. 


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